"La vitalidad se revela no solamente en la capacidad de persistir sino en la de volver a empezar". Francis Scott Fitzgerald.

OPINIÓN

viernes, 28 de diciembre de 2012

MAESTRO-ENFERMEDAD-MUNDO ESCOLAR


Por Guillermo León Vargas Zapata.
gleonvaz@gmail.com

“Todos tienen su muerte propia”  . Reiner María Rilke                                                                                                                                  



En mi vida de maestro he visto morir a no sé cuántos colegas, a bastantes. Les aseguro que la lista es larga. El último, del que tengo noticia, es Germán López, Coordinador de Disciplina del Instituto Técnico Empresarial El Yopal, y con quien logré trabajar. Esta reflexión, dirigida ante todo a los maestros vivos, la hago en su memoria.

Se me hace conveniente iniciar la reflexión con una afirmación que me sirva de pivote y también de hilo conductor: en la historia de una enfermedad se esconde la historia del desconocimiento de uno mismo y, también, de su propio mundo. Es decir, la enfermedad padecida también nos dice lo que realmente somos y nos devela nuestro singular mundo. Mi yo, mi enfermedad y mi mundo: tres entes distintos, pero una sola entidad verdadera. Esta trinidad adquiere pleno vigor, eficacia y vigencia en el ámbito escolar.

Ciertamente, la escuela como institución y comunidad, que integra en su estructura natural y funcional rasgos de otras instituciones como la hospitalaria, la carcelaria, cuartelaría y manicómica (La escuela tiene algo de hospital, de cárcel, de cuartel y de manicomio. Ver Vigilar y castigar, de M Foucault), es un “caldo de cultivo” de enfermedades propias de los maestros. Una nosografía a vuelo de pájaro en los maestros nos permitiría toparnos con síntomas y signos tales como agotamiento muscular, perturbaciones gastrointestinales, dolor de cabeza y de todo, agotamiento visual y mental, fatiga, impotencia ante el esfuerzo, angustia ante los obstáculos y dificultades, tristeza, ansiedad, depresión, taquicardia y otros más.

¿Qué se ha hecho o se hace ante el cuadro clínico dramático que presenta la institución escolar? ¿A quién corresponde gestionar acciones orientadas a mejorar tal ‘caldo de cultivo” patógeno? ¿A Fecode? ¿Al gobierno? ¿A los maestros?  En fin, ¿qué hacer y quién?

De FECODE, o más bien de su Comité Ejecutivo,  no podemos esperar más de lo que es y hace: unos avivatos y malvados maestros que, a través de artimañas y mensajes ilusionistas, se han logrado ubicar en puestos de mando de la agremiación con el único propósito de divinizarse y empoderar en el ámbito magisterial a su grupillo político, para después entrar en el juego de manipular con las necesidades y desprotección de los maestros ante las autoridades gubernamentales, y al momento inesperado dar el salto a una curul legislativa o a un puesto estatal. A esto quedó reducida Fecode. Actitud que desconcierta a los maestros.

Del gobierno conocemos que su política va en detrimento de las condiciones personales, profesionales y laborales de los maestros, de tal suerte que de él sólo se puede esperar trato vejatorio. Sólo a punta de tutelas logran los maestros una aceptable atención en salud. Situación humillante para la docencia.
Como es de esperarse, los maestros por sí solos no podrían, menos en un santiamén, encontrarle solución al mencionado cuadro clínico de una vez por todas. Pero en sus manos sí está la iniciativa de emprender la implementación de una CULTURA por el bienestar del maestro y de su entorno, y, por ende, de conquistar un buen servicio de salud.

En este contexto de comprensión, considero que la gran mayoría de las enfermedades de los maestros es un desequilibrio o disfunción entre el yo del maestro y el mundo propio de su realidad escolar. Si no hay armonía entre el yo del maestro y su mundo escolar, entonces aparece un síntoma, aparece una rendija por donde se cuela la enfermedad. En consecuencia, dejemos de pensar o creer que en nuestras frecuentes dolencias no se halla la rutina ciega de nuestras propias conductas y modo de vida. Dicho de otro modo, para que me crean: la causa de nuestras dolencias es la fotocopia de nuestro propio mundo y conductas, además, cada malestar es el indicador de un currículo oculto de hechos que no cuestionamos o que consideramos con indiferencia.

Ahora bien. De lo anterior se infiere que una buena terapia sería empezar a armonizar tu yo con el mundo escolar. Armonizar tu yo con el mundo escolar.
Cuando un maestro no cuestiona nada, cuando es indiferente al acontecer escolar, cuando se vuelve clandestino en su propia escuela y cuando decide por actitud “dejar pasar, dejar hacer”, entonces se enferma. Lo grave es que su enfermedad la vive como tragedia y fatalidad y la trata como algo imprevisto. Nada de imprevisto, ella tiene su historia: la historia del desconocimiento de ti mismo y de tu mundo escolar. Se me ocurre un punto aparte especial que, espero, reflexiones:

La enfermedad es enfermedad sólo si la tratas como enfermedad.

Permítanme terminar esta corta reflexión con Charles Chaplin:

Bueno es ir a la lucha con determinación,
abrazar la vida y vivir con pasión,
perder con clase y vencer con osadía,
porque el mundo pertenece a quien se atreve.
Y…
LA VIDA ES MUCHO…
¡para ser insignificante!

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