Por
Guillermo León Vargas Zapata.
gleonvaz@gmail.com
“Todos tienen su muerte propia” . Reiner María Rilke
En
mi vida de maestro he visto morir a no sé cuántos colegas, a bastantes. Les
aseguro que la lista es larga. El último, del que tengo noticia, es Germán
López, Coordinador de Disciplina del Instituto Técnico Empresarial El Yopal, y
con quien logré trabajar. Esta reflexión, dirigida ante todo a los maestros
vivos, la hago en su memoria.
Se
me hace conveniente iniciar la reflexión con una afirmación que me sirva de
pivote y también de hilo conductor: en la historia de una enfermedad se esconde
la historia del desconocimiento de uno mismo y, también, de su propio mundo. Es
decir, la enfermedad padecida también nos dice lo que realmente somos y nos
devela nuestro singular mundo. Mi yo, mi enfermedad y mi mundo: tres entes
distintos, pero una sola entidad verdadera. Esta trinidad adquiere pleno vigor,
eficacia y vigencia en el ámbito escolar.
Ciertamente,
la escuela como institución y comunidad, que integra en su estructura natural y
funcional rasgos de otras instituciones como la hospitalaria, la carcelaria,
cuartelaría y manicómica (La escuela tiene algo de hospital, de cárcel, de
cuartel y de manicomio. Ver Vigilar y
castigar, de M Foucault), es un “caldo de cultivo” de enfermedades propias
de los maestros. Una nosografía a vuelo de pájaro en los maestros nos
permitiría toparnos con síntomas y signos tales como agotamiento muscular,
perturbaciones gastrointestinales, dolor de cabeza y de todo, agotamiento
visual y mental, fatiga, impotencia ante el esfuerzo, angustia ante los
obstáculos y dificultades, tristeza, ansiedad, depresión, taquicardia y otros
más.
¿Qué
se ha hecho o se hace ante el cuadro clínico dramático que presenta la
institución escolar? ¿A quién corresponde gestionar acciones orientadas a
mejorar tal ‘caldo de cultivo” patógeno? ¿A Fecode? ¿Al gobierno? ¿A los
maestros? En fin, ¿qué hacer y quién?
De
FECODE, o más bien de su Comité Ejecutivo,
no podemos esperar más de lo que es y hace: unos avivatos y malvados
maestros que, a través de artimañas y mensajes ilusionistas, se han logrado
ubicar en puestos de mando de la agremiación con el único propósito de
divinizarse y empoderar en el ámbito magisterial a su grupillo político, para
después entrar en el juego de manipular con las necesidades y desprotección de
los maestros ante las autoridades gubernamentales, y al momento inesperado dar
el salto a una curul legislativa o a un puesto estatal. A esto quedó reducida
Fecode. Actitud que desconcierta a los maestros.
Del
gobierno conocemos que su política va en detrimento de las condiciones
personales, profesionales y laborales de los maestros, de tal suerte que de él
sólo se puede esperar trato vejatorio. Sólo a punta de tutelas logran los
maestros una aceptable atención en salud. Situación humillante para la
docencia.
Como
es de esperarse, los maestros por sí solos no podrían, menos en un santiamén,
encontrarle solución al mencionado cuadro clínico de una vez por todas. Pero en
sus manos sí está la iniciativa de emprender la implementación de una CULTURA
por el bienestar del maestro y de su entorno, y, por ende, de conquistar un
buen servicio de salud.
En
este contexto de comprensión, considero que la gran mayoría de las enfermedades
de los maestros es un desequilibrio o disfunción entre el yo del maestro y el
mundo propio de su realidad escolar. Si no hay armonía entre el yo del maestro
y su mundo escolar, entonces aparece un síntoma, aparece una rendija por donde
se cuela la enfermedad. En consecuencia, dejemos de pensar o creer que en
nuestras frecuentes dolencias no se halla la rutina ciega de nuestras propias
conductas y modo de vida. Dicho de otro modo, para que me crean: la causa de
nuestras dolencias es la fotocopia de nuestro propio mundo y conductas, además,
cada malestar es el indicador de un currículo oculto de hechos que no
cuestionamos o que consideramos con indiferencia.
Ahora
bien. De lo anterior se infiere que una buena terapia sería empezar a armonizar
tu yo con el mundo escolar. Armonizar tu yo con el mundo escolar.
Cuando
un maestro no cuestiona nada, cuando es indiferente al acontecer escolar,
cuando se vuelve clandestino en su propia escuela y cuando decide por actitud
“dejar pasar, dejar hacer”, entonces se enferma. Lo grave es que su enfermedad
la vive como tragedia y fatalidad y la trata como algo imprevisto. Nada de
imprevisto, ella tiene su historia: la historia del desconocimiento de ti mismo
y de tu mundo escolar. Se me ocurre un punto aparte especial que, espero,
reflexiones:
La
enfermedad es enfermedad sólo si la tratas como enfermedad.
Permítanme
terminar esta corta reflexión con Charles Chaplin:
Bueno
es ir a la lucha con determinación,
abrazar
la vida y vivir con pasión,
perder
con clase y vencer con osadía,
porque
el mundo pertenece a quien se atreve.
Y…
LA
VIDA ES MUCHO…
¡para ser insignificante!